Por Julio Picabea
Magister en Políticas Públicas. maestrando en RR.II. de la Universidad Austral
La región de América Latina vive el tiempo de la escacez de mayorias: sociedades atomizadas compuestas por múltiples grupos minoritarios que se traducen en una representación política fragmentada. Es el caso de Perú, con un parlamento integrado por 10 fuerzas políticas; o Chile, donde en la Cámara de Diputados encontramos a 12 grupos partidarios. Las “pasiones tristes”, a decir del sociólogo francés Francois Dubet, afloran a flor de piel en la región materializandose en una permanente y cada vez más generalizada insatisfacción con el sistema político. El malestar estaría fundado en la percepción individual de abondono por parte de un Estado de bienestar que no puede afrontar las múltiples desigualdades que atraviesan a las sociedades latinoamericanas.
La llegada de pandemia en 2020 ha golpeado a la región e impuesto a los gobiernos la necesidad de implementar políticas contracíclicas para afrontar la parálisis económica. La salida de estas políticas probablemente nos muestre un aumento del malestar social, como ya se observa en Perú, con revueltas en la vía pública; o en Argentina, con los acampes de beneficiarios de planes sociales en diferentes provincias del país. El informe “Adios a Macondo” de la consultora Latinobarómetro, que estudia la realidad política, social y económica de América Latina, expresa que un 27% de los latinoamericanos observa con indiferencia a la política. Son ciudadanos que se sienten abandonados por Estados que no encuentran soluciones para reducir la pobreza, combatir la corrupción y mejorar la distribución del bienestar en la región más desigual del planeta. Es allí donde se refugian los votos de aquellos líderes que cuestionan el status quo.
La crisis de gobernanza en la región y la falta de mejora en la distribución del bienestar propician el crecimiento de los extremos políticos que critican la moderación y la falta de resultados. Mejoran en la opinión pública y aumentan en intención de voto aquellos liderazgos que transitan por la periferia del “Diagrama de Nolan” (esquema utilizado para estudiar las preferencias electorales principalmente en EE.UU). Un ejemplo claro es Javier Milei en Argentina, que capta votos de grupos sociales progresistas, integrados fundamentalmente (pero no exclusivamente) por jóvenes que reclaman más libertad económica, pero también de grupos sociales conservadores y defensores de las tradiciones: un conservadurismo-liberal según el paradigma de Nolan. Si miramos al otro extremo también encontramos crecimiento de la izquierda más radicalizada, con reivindicaciones de tipo identitarias y reclamo de más Estado: un progresismo-estatista. Es el caso de Gabriel Boric en Chile.
La posmodernidad ha tejido sociedades heterogéneas y atravesadas fundamentalmente por el deseo de realización y éxito personal. La búsqueda permanente de la experiencia indiviudal, la consolidación de la globalización y la revolución de las comunicaciones, colisiona contra sistemas y liderazgos políticos en muchos casos anacrónicos, que distan de comprender en profundidad el tiempo en que se vive. La distancia entre las demandas sociales y las respuestas de la política esta poniendo en crisis a la representación tradicional y abriendo paso a quiénes caminan por los extremos. Los cambios sociales avanzan a pasos agigantados e interpelan a la política en la sociedad de la inmediatez.